Marzo
Amanecí contenta. Es un día soleado y apacible, como dándole bienvenida a la primavera. En la mañana fui al mercado turco. Hace al menos dieciséis años que voy al pequeño establecimiento donde solo puedes caminar quince pasos en dos pasillos aglomerados de estantes y barriles del suelo al techo.
Tan pronto pasas la puerta principal te sientes en otro universo, uno más colorido, fragante y delicioso. Los panes y dulces te reciben en la entrada; los quesos y los cortes fríos están en el mostrador adyacente donde encuentras a alguien sirviendo, cortando y pesando productos para algún cliente que espera paciente. Cuando la gente entra saluda inmediatamente: salam alekum! y de detrás del estante el hombre contesta.
Las aceitunas y dátiles continúan seguidos de las mieles, granos y productos secos. Las semillas y nueces están al final y al fondo están almacenados los animales que llegan muertos y los cortan en pedazos para vender por libras. He visto llegar cabras y terneras con cabezas y piernas e inmediatamente he escuchado los sonidos de cortes y golpes mientras los hombres ocupados me recuerdan la carnicería del pueblo chico donde nací.
Hoy no habían muchas especies, parece que aun no han llegado. El comino y el curry se terminaron y algunos barriles están vacíos. Los aceites de oliva vienen de países variados, tales como España, Grecia e Italia. Compré baklava, semillas de cajuil, almendras, dátiles, melocotones y pasas orgánicas y también un aceite de Castilla. Ah! y como no olvidar la lata de garbanzos Goya, que al fin y al cabo, en Nueva York un mercado turco es una tienda de productos variados, muchos de ellos importados.
La linea de pagar estaba lenta con tres mujeres y una niña esperando tranquilamente. Yo me entretuve observando cada pulgada del establecimiento, mientras que el hombre encargado no se daba prisa, sino que se tomaba su tiempo y con una calma imposible en una ciudad agitada le iba dando al lugar un ambiente relajado y placentero: cortaba, pesaba, envolvía y sonreía como si el tiempo no pasara. De pronto las mujeres comenzaron a hablar sobre la niñita llena de salpullidos en el cochecito. Dos mujeres con velos hablaban en ingles elocuentemente mientras que otra sin velo, posiblemente de algún país africano hacia preguntas sobre la niña. De pronto una de las mujeres me pregunta casualmente si he visto los dátiles y yo señalo los dátiles sueltos que están en el área de las aceitunas. Ella me dice que los quiere envueltos y yo señalo hacia el estante donde los dátiles ya están envasados. Las dos notamos inmediatamente que los dátiles están regados en diversos lugares. Me da la impresión de haber encontrado un lugar sin espacio y sin tiempo que se va revelando poco a poco. Cuando al fin llego a la caja registradora el hombre me pregunta si me apetece pan recién horneado. Contesto: shukran. (Una mañana en Brooklyn).
Amanecí contenta. Es un día soleado y apacible, como dándole bienvenida a la primavera. En la mañana fui al mercado turco. Hace al menos dieciséis años que voy al pequeño establecimiento donde solo puedes caminar quince pasos en dos pasillos aglomerados de estantes y barriles del suelo al techo.
Tan pronto pasas la puerta principal te sientes en otro universo, uno más colorido, fragante y delicioso. Los panes y dulces te reciben en la entrada; los quesos y los cortes fríos están en el mostrador adyacente donde encuentras a alguien sirviendo, cortando y pesando productos para algún cliente que espera paciente. Cuando la gente entra saluda inmediatamente: salam alekum! y de detrás del estante el hombre contesta.
Las aceitunas y dátiles continúan seguidos de las mieles, granos y productos secos. Las semillas y nueces están al final y al fondo están almacenados los animales que llegan muertos y los cortan en pedazos para vender por libras. He visto llegar cabras y terneras con cabezas y piernas e inmediatamente he escuchado los sonidos de cortes y golpes mientras los hombres ocupados me recuerdan la carnicería del pueblo chico donde nací.
Hoy no habían muchas especies, parece que aun no han llegado. El comino y el curry se terminaron y algunos barriles están vacíos. Los aceites de oliva vienen de países variados, tales como España, Grecia e Italia. Compré baklava, semillas de cajuil, almendras, dátiles, melocotones y pasas orgánicas y también un aceite de Castilla. Ah! y como no olvidar la lata de garbanzos Goya, que al fin y al cabo, en Nueva York un mercado turco es una tienda de productos variados, muchos de ellos importados.
La linea de pagar estaba lenta con tres mujeres y una niña esperando tranquilamente. Yo me entretuve observando cada pulgada del establecimiento, mientras que el hombre encargado no se daba prisa, sino que se tomaba su tiempo y con una calma imposible en una ciudad agitada le iba dando al lugar un ambiente relajado y placentero: cortaba, pesaba, envolvía y sonreía como si el tiempo no pasara. De pronto las mujeres comenzaron a hablar sobre la niñita llena de salpullidos en el cochecito. Dos mujeres con velos hablaban en ingles elocuentemente mientras que otra sin velo, posiblemente de algún país africano hacia preguntas sobre la niña. De pronto una de las mujeres me pregunta casualmente si he visto los dátiles y yo señalo los dátiles sueltos que están en el área de las aceitunas. Ella me dice que los quiere envueltos y yo señalo hacia el estante donde los dátiles ya están envasados. Las dos notamos inmediatamente que los dátiles están regados en diversos lugares. Me da la impresión de haber encontrado un lugar sin espacio y sin tiempo que se va revelando poco a poco. Cuando al fin llego a la caja registradora el hombre me pregunta si me apetece pan recién horneado. Contesto: shukran. (Una mañana en Brooklyn).
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